La belleza secreta de ‘I’m Thinking of Ending Things’ de Charlie Kauffman.

La mente es un lugar tramposo, a menudo confuso y casi siempre inexplicable. Charlie Kauffman adapta la novela de Iain Reid viendo la mente como una entidad viviente, a veces imposible de definir.

La mente es un lugar tramposo, a menudo confuso y casi siempre inexplicable. O es la conclusión de siglos de reflexión sobre la naturaleza de la realidad. El primer párrafo de la novela del 2016 ‘I’m Thinking of Ending Things’ de Iain Reid, la narradora analiza la “sustancia enajenada” que sostiene la realidad o mejor dicho, “ese espacio retorcido, lleno de crueles desvíos” que nos conduce al dolor y al miedo. Y aunque todavía no ha comenzado la narración y el lector no tiene demasiada idea de a dónde le conducirá semejante afirmación, la conclusión es clara: Lo que rodea a la protagonista — o los protagonistas — es una ciénaga misteriosa e imprecisa que se enlaza con algo temible. ¿Oscuridad? ¿demencia? No lo sabemos y el escritor no se esfuerza por explicarlo, tampoco por hacerlo más creíble o verídico. Reid no concibe el error en la interpretación de la realidad como una forma de locura, sino más bien, un trozo de información mal interpretado. “Estoy pensando en el final de las cosas” susurra un personaje sin nombre, que aparece en mitad de una escena indescifrable con los ojos muy abiertos y según apunta el escritor “la impresión obsesiva que el mundo está a punto de acabar”. Y es esa percepción sobre el abismo, el escaño final de todas las cosas, lo que conduce hacia el miedo y la percepción del caos a la novela entera.

En la adaptación de la novela dirigida por Charlie Kauffman, el dilema sobre la realidad y lo que se esconde entre sus bordes, es más inquietante que nunca y se relaciona con la especulación sobre lo que somos, qué deseamos y que se esconde en los particulares pliegues de la realidad que sustenta algo más misterioso. Kauffman, que siente una profunda y oscura fascinación por la tergiversación de lo consideramos perceptible y que ha dedicado buena parte de su filmografía a meditar sobre la capacidad de la naturaleza humana para escindirse, perder sentido y certeza, crea en ‘I’m Thinking of Ending Things’ una caja de resonancia en la que la naturaleza de lo que crees es el mundo — o en todo caso, como lo concebimos — se enlaza con algo más perverso e inusitado. Para el director, la mente es una entidad viviente, la mayoría de las veces separada del cuerpo y que se enlaza con una secreta búsqueda de autosatisfacción imposible de definir. “Te busco, te encuentro, te necesito, te deploro, no puedo mirarte” dice uno de los personajes del libro y la frase llega a la adaptación como un lento goteo de escenas inquietantes, consumidas a través de fragmentos de horrores velados. Kauffman concibe la mente y de hecho, todo aspecto humano como un caleidoscopio, una conjunción de valores no demasiado claros que se entrecruzan entre sí para sostener un relato oculto acerca de la oscuridad. “¿Cuál oscuridad?” susurra “la mujer joven”, único apelativo con que se identifica al personaje encarnado por Jessie Buckley, cuando el mundo mismo — la textura de la realidad- ondula a su alrededor. Se hace insoportable, doloroso, radiante, bello, chirriante y al final toda una amenaza. “¿Cuál oscuridad? grita el personaje, pero en realidad no lo está haciendo ¿o sí?.

Kauffman, que se ha hecho famoso en trastocar hasta lo angustioso las pequeñas rutas de escape hacia la disolución de la personalidad, crea en ‘I’m Thinking of Ending Things’ una hoja de ruta que recuerda que en realidad, todo queremos ser escuchados aunque muy pocas veces, queremos escuchar. Y esa máxima, con su aire de bondad prefabricada y en específico, esa búsqueda dolorosa de algo más profundo, correoso y al final peligroso, llevará a los personajes a una diatriba concreta: ¿Existe lo que veo o sólo lo hace porque lo interpreto? ¿Existe lo que creo o solo es real porque creo que es así? El film no está construido para dar respuestas sencillas y no lo hace. Quizás podría — y es una idea que gravita sobre las escenas más complejas en los momentos menos pensados — pero el director parece traducir la connotación sobre lo intangible que Reid medita en su libro, en algo más abstracto y construido a trozos. De modo que la película transcurre en dos estadios de la realidad: la que se muestra al espectador y la otra, que se esconde bajo la dureza de la desazón, del anuncio de pequeñas e infinitas desgracias, lo terrorífico de lo cotidiano unido a lazos cada vez más firmes con la oscuridad interior. Todo, bajo la connotación de una búsqueda constante de sentido. 

Hay una ironía casi maligna en todas las secuencias de la película: Kauffman sabe que hablar sobre la locura está sobrevalorado, idealizado o romantizado, de modo que toma la brillante decisión de no recorrer ningún camino común para hablar sobre las pequeñas disociaciones que sustentan el discurso del guion. Kauffman está convencido que hay un nudo ególatra, doloroso y en perpetúo movimiento que nos une a todos. Y que ese egoísmo es parte de la conducta humana, en cualquier situación o circunstancia. Más allá de la nuestra relación con otros, con los silencios, las confidencias y las infidencias, lo que sustenta toda relación — sentimental o intelectual — es la posibilidad de la deslealtad, de la traición y la derrota. Y claro está — siempre según el credo de Kauffman — protegernos de algo semejante es un trayecto doloroso hacia ciertas ideas perversas de las pocas veces somos conscientes. 

‘I’m Thinking of Ending Things’ juega con la impresión que las dimensiones de la realidad se confunden y se miran fuera de un estrato específico. La protagonista ¿Lucy? ¿Louisa? pasa entre líneas de una ligera provocación ambigua. En el libro, se le describe como “un villana que no sabe que lo es” pero en la película, es en realidad el reflejo de una provocadora idea sobre la condición de lo que no existe de inmediato. “La joven mujer” como la describe con simplicidad los créditos, sabe que puede cometer un acto de crueldad enorme, pendenciero, juguetón y doloroso. Y lo planea, aunque no lo sabemos, no es evidente, pero si…entre en el juego de las posibilidades. Y allí donde Kauffman logra el efecto más singular y certero en su film. La cualidad de lo despreciable como una sombra que habita en cada uno de sus personajes y por extensión, en cada uno de nosotros. 

Kauffman está decidido a llevar al juego de lo ambiguo a lugares irritantes. O al menos, tanto como para percibir la cualidad del tiempo y lo que ocurre en la mente de cualquiera en medio de situaciones en especial desconcertante, a la vez que abre el espectro sobre la percepción acerca de lo que somos y hacia dónde queremos trasladarnos. La joven mujer que la cámara sigue de manera incisiva, acompaña a Jake, su ¿novio? ¿cita? ¿amante? por apenas siete semanas. Siete semanas intensas, deja traslucir el guion. Siete semanas cada vez más duras de sobrellevar, deja traslucir no lo que no se muestra. Ella, de hecho, piensa en el final de las cosas, en una apoteosis y duro final que disfruta con una ambición oscura que desconcierta por su poder para fascinar. Porque la pareja va en trayecto a conocer a los padres de él, para avanzar un paso en una relación que está condenada a terminar. Y lo está, porque ella lo ha planeado así, disfruta con el proceso de decepción, con el abismo de la percepción entre lo que Jake considera real y lo que ella sabe que lo es. Kauffman crea una tensión irrespirable, una mirada milimétrica hacia las tinieblas de la complacencia interna. “Jake ¿no lo notas?” parece preguntarse ella mientras él conduce, mientras la mira, la besa. La realidad se cuartea bajo el peso de ambos. 

Ella es el peso de la idea sublimada a un nivel mucho más extraño y sofisticado. Una cinta que se abre en una bifurcación peligrosa. El personaje sabe lo que ocurrirá, como una premonición irrelevante, pequeña, construida a pasos poco diestros, elaborada a partir de conclusiones intermedias. “No puedes fingir un pensamiento” dice Jake y la frase flota entre ambos, se hace cada vez más irrisoria, tenebrosa. Porque ella le mira y sabe qué ocurrirá y lo sabe, con una convicción lóbrega que le conduce a ciertas meditaciones sobre el bien y el mal. De la misma manera en que lo hizo en “Adaptation” y “Anomalisa” e incluso en su reciente novela “Antkind”, Kauffman busca que la perplejidad — esa sin razón y extravío levemente doloroso que todos sentimos alguna vez con respecto a lo que nos rodea — se convierta en una batalla contra lo que deseamos, asumimos real y al final, sólo miramos desde la distancia de nuestra capacidad para comprender lo que nos rodea. Como si ella y Jake intentarán abandonar un loop temporal que les contuvo por demasiado tiempo, la película da la sensación de avanzar en círculos, de sostenerse a través de una comprensión de lo anónimo hasta enfrentarse a una nada, sin nombre ni valor, que sostiene lo que escapa a nuestra comprensión.

¿Puede ser ese el argumento de una película? Lo es, si tomamos la puesta en escena y el guion como una parodia al trabajo previo de Kauffman y una reflexión sobre sus obsesiones favoritas. Hay una disolución de la personalidad, hay una búsqueda del bien y del mal, hay una meditada comprensión de la identidad que estalla a pedazos. De pronto, lo que logró en Adaptation — la sensación del mundo a la deriva, la realidad destruida, subvertida y solapada bajo las sombras — sea algo por completo nuevo. ‘I’m Thinking of Ending Things’ es un viaje de ruptura que en realidad es algo más siniestro y se relaciona de manera directa en la forma en que comprendemos a lo que nos define. Kauffman está obsesionado por encontrar las pequeñas piezas de mente de Ella, lo que lo separa de Jake y los arroja a ambos lados de una sola línea en que la realidad podría o no existir. ¿Vemos una alucinación? ¿percibimos un desgaste progresivo del miedo? ¿avanzamos hacia ninguna parte? El argumento podría ser una respuesta a todas esas preguntas, pero el director encuentra una sabia manera de elaborar un discurso coherente sobre lo visible, lo que tocamos y lo que contemplamos desde la distancia de lo que anhelamos. Al final, la película es un discurso sobre la soledad — y es evidente que Kauffman intenta matizarlos con algunos subterfugios dolorosos — pero a la vez, una búsqueda de algo más simple y delirante: la razón por la cual queremos hacer daño a otros. O mejor dicho, el por qué lo hacemos, incluso sin motivo alguno. 

El cuestionamiento se repite ¿Es un tema lo suficientemente interesante como para sostener un guion? en este caso, lo es. La experiencia surrealista, amoral y emocional — todo a la vez — se traduce en una sensación frenética que no tiene ninguna relación con movimiento sino con una torsión interna del argumento que produce — con total y evidente intención — una profunda inquietud e incomodidad. La película está llena de largos silencios, de un profundo terror psicológico, de momentos de insoportable horror y miedo. Los padres de Jake son irritantes, abrumadores. El comportamiento de ella es cada vez más singular, sin sentido. ¿Está haciéndose llamadas a su propio teléfono? ¿O sólo son momentos de disociación? Hay pasillos que aparecen y desaparecen, puertas que se cierran y se abren, ventanas que se sacuden a un ritmo espectral, risas en un tono demasiado alto, fragmentos de información desperdigados que el guion parece no saber como encajar pero que después, tienen una curiosa sincronía. Todo parece ocurrir a la vez, aunque en realidad, no está ocurriendo nada de forma literal. Los colores chillones de la puesta en escena, la fotografía de Łukasz Żal, los largos silencios cada vez más insoportables. Todo se une para crear una percepción sobre el tiempo trastocada, una disolución temible y al final una caída en el desastre, que difícilmente puede comprenderse de inmediato. 

I’m Thinking of Ending Things Jessie Buckley as Young Woman

El tiempo es elástico y vivo: en ‘I’m Thinking of Ending Things’ todo esta a punto de ocurrir pero en realidad, termina por ser una presunción. Esa atmósfera irrespirable, en la que no pasa nada pero al final están pasando muchas cosas, se analiza como una conspiración diminuta entre un hombre y una mujer que apenas se conocen, que hacen una ruta de carretera en medio de una sensación de desesperanza cada vez más tensa y una búsqueda de patrones, tan singular y aleatoria como una mirada al olvido. Toni Collette y David Thewlis como los padres de Jake, son el apunte ideal para la sensación que en realidad todo lo que vemos podrías realmente no estar pasando en ninguna parte, en ningún nivel y bajo ningún aspecto. La película juega con paralelismos, se hace confusa, pero encuentra la manera de fluir hacia adelante, de detenerse, envolver el dilema, sostener el miedo, crear la belleza y al final, encerrar a sus personajes en un espacio claustrofóbico del que sin duda, no podrán escapar. No de inmediato. “¿Nos movemos en el tiempo o el tiempo se mueve a través de nosotros?” se pregunta ella, aturdida, los ojos muy abiertos. Jake no responde. Quizás no haya respuestas. O a nadie le interese escucharla. En ‘I’m Thinking of Ending Things’ todo pasa entre líneas, lo que nadie puede definir porque aun no tiene nombre. “Somos la única especie que tiene esperanza a pesar sabe que morirá” la frase flota en un ámbito de sufrimiento puro, helado y cruel. Para Kauffman, esa crueldad es aparente y siniestra, y ‘I’m Thinking of Ending Things’ la refleja en toda su lóbrega belleza. 

Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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