Regresa el malvado aquelarre de Roald Dahl: Las Brujas de Robert Zemeckis.

En 1990, la película Las Brujas de Nicolas Roeg pasó desaparecida para el gran público, aunque luego se convertiría en un objeto de culto alimentado por la nostalgia.

En 1990, la película Las Brujas de Nicolas Roeg pasó desaparecida para el gran público, aunque luego se convertiría en un objeto de culto alimentado por la nostalgia. Eso, a pesar de su extraño ambiente macabro y la actuación de una formidable Anjelica Houston como la gran bruja. La adaptación del libro del mismo de Roald Dahl, basada su efectividad en el hecho del misterio, lo sobrecogedor escondido en lo cotidiano pero sobre todo, en la forma en que el guion de Allan Scott reversionó la historia original en un toque oscuro que restó el aire juguetón del original. Había algo decididamente inquietante en el caminar poderoso de Houston, que miraba sobre el hombro a la audiencia para recordar que bajo su rostro duro y sus atavíos impecables, había un misterio tenebroso el cual descubrir. 

La versión de Zemeckis que recién se estrena en HBOMAX y en cines seleccionados alrededor del mundo, carece del elemento tenebroso y apuesta mucho más a una cierta convicción acerca de lo sobrenatural y lo misterioso, emparentado de manera directa con lo inexplicable. El guion, escrito a cuatro manos por el mismo Robert Zemeckis, Kenya Barris y el director mexicano Guillermo del Toro en una inusual colaboración, está más interesado en recorrer la concepción de Dahl del bien y el mal moral, que la pirotecnia de la magia, los anuncios del misterio y de hecho, toda la tensión extravagante e incómoda de su predecesora. Y aunque eso no desvirtúa del todo la forma en que el argumento narra una historia en que lo maligno debe enfrentarse de manera frontal a la inocencia, hay una cierta blandura en la forma en que Zemeckis reflexiona sobre la disyuntiva principal ¿Qué es lo esconde lo cotidiano? ¿puede lo inexplicable y lo temible tener un rostro normal? ¿son los niños los únicos destinados a reconocerlo?

Tal vez, la insistencia de Zemeckis en usar la ingenuidad como herramienta para articular su obra, sea la principal debilidad de una película basada en la obra de un hombre que insistió cada día de su vida en que escribía para “niños malos”. De hecho, la atmósfera de la película está tan cargada de una dulzura prefabricada y en ocasiones acartonada, que se echa de menos la traviesa percepción de Roeg, que usó la cámara como un especia indiscreto que iba a de rincón en rincón para fisgonear los secretos de la multitud de damas bien trajeadas y llevando guantes que llegaban a un hotel solitario. Zemeckis por el contrario, dedica una buena cantidad de tiempo a contemplar de manera cariñosa al niño sin nombre protagonista del film (encarnado por un encantador Jahzir Bruno), que luego de la muerte de sus padres, debe ir a vivir con su amorosa abuela (Octavia Spencer). La vida se hace triste y cálida, en los brazos amorosos de una Spencer que llena de matices y nuevas dimensiones a un personaje que tiene como único objetivo ser un apoyo moral en tiempos turbulentos. Pero la actriz sabe que su personaje tiene poder — y uno de considerable importancia — por lo que le llena de guiños y pequeños tics que lo hacen encantador y entrañable de entrada. 

Las primeras secuencias narradas por la voz de Chris Rock, reflexionan acerca del dolor del duelo que debe vivir la pequeña familia en un tono entrañable pero carente de energía que por momentos, marca y afecta el ritmo del film. Se echa en falta, una mayor vitalidad para recalcar la forma como la vida común rota por la tragedia, intenta recuperar su ritmo. La tarea de consolar al niño se hace cada vez más ardua de sobrellevar en medio de la pérdida reciente y abuela decide que lo mejor que puede hacer por él, es consolarle a través de una calidez que quizás, es el punto más alto de la película. Si en la original, había poco que decir sobre cómo abuela y nieto llegaban a enfrentarse a las brujas, Zemeckis no deja nada a la imaginación y con un estilo sobrio, lleva la historia al punto central de interés: las fuerzas del mal que tendrán el más inesperado contrincante en un niño curioso, una mujer valiente y el amor que les une a ambos. 

El mundo que crea Zemeckis para ambos personajes está lleno de vida y si algo puede celebrarse de la película es que al menos, durante la primera hora, es una adaptación fidedigna del ambiente vital y exuberante que Dahl imaginó para su cuento sobre lo sobrenatural y las formas enrevesadas en que podemos vencer lo desconocido. La mano del Del Toro es notoria en la forma en que los escenarios barrocos y sobrecargados de detalles, influyen en las escenas que Zemeckis une en una gran sucesión de pequeños guiños sobre todas las leyendas asociadas a la bruja y a la brujería. No obstante, a Zemeckis le falta pulso y quizás firmeza, para redondear la idea sobre el poder escondido detrás del misterio. En lugar de la sensación de leve amenaza que podría suponer el encuentro con criaturas misteriosas, el director opta por reflexionar sobre el miedo como una tentativa de la imaginación. ¿Podría ser algo relacionado con la imaginación del niño? ¿el trauma aun muy vivo de la muerte de sus padres? ¿se tratará de algo más complicado? El argumento insinúa pero no llega a plantear ideas claras y una vez que avanza hacia el centro del dilema, es notorio que Zemeckis no las tiene todas consigo para encontrar una forma de dirimir el conflicto tibio que planteó casi sin querer. ¿Qué son las brujas en realidad?

Claro está, el centro de la historia son las brujas y su entrada triunfal es sin duda, lo mejor en una película plana, que abusa de un ritmo lento en las secuencias más inesperadas y que de pronto acelera para encontrarse con este grupo deslumbrante de mujeres, que llegan al hotel en que la abuela y el niño pasan unas vacaciones para sacudir desde los cimientos, los terrores infantiles de ambos. Hay algo formidable y casi elemental en la forma en que las brujas se presentan: su llegada está marcada por una serie de indicios sobre lo que podría estar ocurriendo — la fatalidad en todas partes — y de pronto, el hotel es en realidad, el centro neuralgico de un tipo de poder electrizante que se percibe en todas partes. Mucho más apegada al libro original que la versión de los años ’90, Anne Hathaway atraviesa el pasillo central convertida en una criatura maligna de asombrosa belleza, un epítome de malignidad rodeada de una corte de seguidores a quienes — como no — une el odio a los niños. La Gran bruja de Hathaway no es tan portentosa como la de Houston, con sus atavíos góticos y su negrísimo cabello cortado al estilo de las grandes divas de los años dorados del cine, pero aun así es convincente. Hay algo en su mirada y en su lenguaje corporal que deslumbra, que sin duda es una forma de expresar lo maligno que se esconde bajo su rostro y todo lo que representa. Zemeckis no pierde oportunidad y brinda a la película sus mejores escenas, en las que se embarga en un recorrido vertiginoso de un lado a otro por el baúl lleno de dinero de la bruja, su espléndido gato negro y sus modales malvados y arrogantes. La gran bruja además tiene un acento que delata una historia que no se cuenta — pero querríamos saber — y que por supuesto, el guion insinúa en cada oportunidad posible. 

Por extraño que parezca, Zemeckis supera en emoción y corazón en el apartado visual a la versión de Roeg, pero falla al momento de establecer conexiones con el corazón real de la historia: el origen del mal. El diseño es impecable y asombra por el hecho de convertirse en una parte esencial de la historia: el guion recorre todos los lugares posibles y temibles del hotel, los destaca en un juego de colores y sombras que por momentos provoca vértigo y hace sentir que la magia es real, que brota de entre las risas dentadas de las brujas, del niño que huye y de la abuela que teme. 

No obstante, el guión no está a la altura del desempeño de la puesta en escena, que se decanta por una simplicidad preocupante en contraposición a los grandes escenarios fastuosos que rodean a los personajes. Enormes columnas de colores profundos se muestran entre juegos de cámaras asombrosos, mientras las brujas analizan la mejor manera de aniquilar a todos los niños del mundo, sin el encanto y la elocuencia que la película de los años ’90 logró crear con apenas algunas miradas a lo terrorífico detrás de los rostros del aquelarre escondido en el hotel. En esta ocasión, lo temible es vistoso, visible e inevitable, lo que sostiene a la película sobre cierta obviedad frágil que termina por derrumbarse en el último tramo de la película. 

Hay mucho del humor macabro de Dahl pero suavizado a niveles casi irrisorios por un Zemeckis que evitó en todas las formas posibles que la gran sátira del escritor pudiera llegar a resultar irritante o directamente incómoda. La historia de Zemeckis es un lúgubre cuento de hadas, uno tan macabro en lo esencial que se lamenta pierda poder, fuerza y belleza en una escena final ridícula y en un epílogo innecesario. Al final, estas brujas que en origen fueron concebidas para bromear sobre el mal, son una caricaturas de si mismas que no llegan a la altura del burlón tono que la película sugiere sin conseguirlo. Como si la magia solo fuera suficiente para embaucar al espectador y no para conquistarlo del todo. 

Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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