Black Widow: gracias por todo, Natasha. 

El film en solitario de la gran heroína encarnada por Scarlett Johansson, es entretenimiento puro y una despedida sin riesgos a un personaje que merecía el homenaje: una historia propia mucho antes de su llegada a la pantalla.

Black Widow de Cate Shortland tiene todo lo que hace buena y mala a una tradicional película de la franquicia Marvel. Pero más allá de eso, es una inteligente mezcla entre un thriller de suspenso bien narrado y una historia de origen construida con sutileza. Con su espectacularidad ingenua que no resulta del todo convincente, es también un recuerdo patente y muy cercano de cómo fue el cine antes de la pandemia. El film en solitario de la gran heroína encarnada por Scarlett Johansson, es entretenimiento puro y una despedida sin riesgos a un personaje que merecía el homenaje: una historia propia mucho antes de su llegada a la pantalla. 

Natasha Romanoff (Scarlett Johansson) está de pie y a punto de enfrentarse a una multitud de enemigos. Tiene la misma expresión imperturbable que ha tenido en todo su recorrido por la franquicia Marvel, pero en esta ocasión no está sola, ni ayudará al héroe de turno. En realidad, la figura vestida de blanco que avanza con dos puñales y toda su habilidad por toda arma, es esta ocasión la que lleva el peso de la historia y el resultado es notorio. Más allá de su papel como secundario de lujo, el espíritu y la voluntad del grupo de superhéroes más famoso del cine o la conciencia de Los Vengadores en momentos realmente críticos, ahora es no sólo el centro de su historia, sino la encarnación de un nuevo tipo de poder muy a tono con los nuevos tiempos que corren en Marvel. 

No obstante, la Natasha de Black Widow sostiene sobre sus hombros una película de la franquicia Marvel al uso y como tal, es un despliegue de puntos de vista sobre el heroísmo, el amor y cierta insistencia en las emociones. Todo claro, entre explosiones estruendosas y una historia de espionaje que aunque básica, resulta todo lo sólida que el personaje necesita para mostrar todas sus habilidades. En esta ocasión, la película demuestra que Black Widow no era solamente la contraparte femenina de un amplio universo masculino, sino un recorrido por la historia reciente de los triunfos, aciertos y también, defectos del cine de superhéroes. 

Con un contexto profundo, la solidez de un elenco destinado a permanecer en el MCU más allá de este rápido abreboca y una mirada entusiasta a lo que fue el cine antes del súbito parón de producción, Black Widow tiene algo de inadecuada, como si no llegara en el momento correcto. O mejor dicho, que llega cuando la historia de Natasha tiene un lugar — y un final — en la memoria de la cultura popular. Ese quizás es el mayor problema que debe enfrentar la película de Shortland: la sensación general que el film tuvo que estrenarse mucho antes. Incluso, hay una sensación insular en la narración, como si hubiese sido más apropiada antes del fenómeno de Endgame o con justicia, a medida que el MCU se extendía en horizontal para profundizar en sus amplias y variadas líneas narrativas. 

Quizás lo más llamativo en esta historia de origen que en realidad es algo más — y esa aparente contradicción, es el secreto de su singular ritmo — sea el hecho que tiene todo el aire sólido de una película de espías con el ritmo y la tensión de las clásicas James Bond e incluso, algunos guiños muy evidentes a Misión Imposible. El guionista Eric Pearson no duda en hacer uso de la sensación de cierta decadencia, misterio y paranoia que emparenta la película con algo más elaborado y lo hace, a través de una puesta en escena sobria, planos cerrados y la mirada siempre atenta sobre Natasha, que narra su historia con la misma firmeza con que sostuvo sus grandes momentos estelares en cada una de los films del MCU en que participó. Pero ahora, tiene la oportunidad de ser además, una heroína que recorre un camino muy semejante al de Jason Bourne (al que Shortland no parece olvidar en el primer tramo de la película) y en especial, los guiños al cine clásico de suspenso. 

De John Frankenheimer y su candidato de Manchuria, Shortland toma el despliegue de giros inteligentes y además, la sensación constante de amenaza que mantiene una impecable tensión a lo largo del argumento. También hay mucho de “El espía negro” de Michael Powell en la forma en que Natasha se mueve en medio del enigma de su propia identidad y hay de hecho, una sustancia poderosa en su análisis sobre quien es medio de las sombras que recuerda al clásico del 39. Incluso Shortland se toma el atrevimiento de redimensionar y darle un nuevo lustre a varias de las secuencias más famosas de “El hombre que sabía demasiado” de Alfred Hitchcock. No obstante, entre la colección de referencias, Shortland consigue encontrar su propio estilo y construir una personalidad a una producción que pudo ser genérica, pero que en realidad es un homenaje bien meditado sobre la tensión y el poder de la amenaza secreta, transformada en una búsqueda de objetivo. Después de todo, la fórmula del espía sin identidad convertido en arma para matar contra su voluntad no es novedosa, pero Shortland dota a Black Widow de una vitalidad radiante que es sin duda, uno de sus puntos más altos. 

Por supuesto, una película en la que la tensión entre personajes lo es todo, el elenco extraordinario encabezado Johansson, David Harbour, Rachel Weisz y, sobre todo, Florence Pugh crea un consistente recorrido a través del tiempo y una revisión de la historia que les une, en medio de un dilema moral de envergadura. Con un intro que hará aplaudir a los fanáticos de la serie The Americans (la referencia es obvia), la película presenta a la pequeña Natasha y su hermana Yelena, como parte de al parecer, una familia tradicional. Pero de inmediato, la directora encuentra una forma de enlazar ese breve guiño a los grandes dramas de espionaje de los años ochenta con algo más actual. Alexei (Harbour) y Melina (Weisz) son el acento en una trama simple que sin sus esfuerzos por brindar tridimensionalidad a personajes estereotípicos, habría llevado a la película al nada deseable limbo de las tramas efectistas. Pero hay una singular independencia de tono y una honesta versión sobre el miedo, el poder y el vínculo que une a los marginados que hace al guion tener momentos de brillante introspección, inesperados en una película que avanza rápidamente hacia la fórmula Marvelita. 

Hay mucho del Capitán América, Falcon y el Soldado de Invierno pero en especial de Civil War en el ritmo trepidante de la película, a medida que se hace evidente que esta “familia” disfuncional intenta encontrar un sentido del orden en medio de sus tragedias mínimas. Es entonces cuando todo el elenco crea una conexión real entre ellos, sosteniendo un frenético recorrido desde norteamérica a Budapest, desde la niñez de Natasha y Yelena, hasta el encuentro con Alexei y Melina, todo bajo la condición de construir algo poderoso, renovado y potente. Black Widow es una celebración a todo lo que hace disfrutable y potencialmente incombustible al cine de Marvel, pero también, un recordatorio de sus puntos más flojos. De nuevo, el villano vuelve a ser el punto más bajo y también, algunas desordenadas escenas de acción. Pero con todo, para el último tramo, la película encontró su sentido de la maravilla, del poder y del asombro que transforman incluso sus escenas más tópicas — las inevitables escenas de explosiones y el despliegue de toda la capacidad de Natasha y Yelena — en una pequeña muestra de lo que pudo haber sido quizás la historia de Black Widow llevada a una duología e incluso, a una trilogía. Pero por ahora, Natasha camina orgullosa hacia la despedida final, las manos aferradas a sus cuchillos y el rostro en alto, vestida de blanco y dispuesta a abandonar el MCU por la puerta grande. Y lo hace, lo que es sin duda, motivo para agradecer.

Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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