El director Matthew Vaughn regresa a su universo favorito con un desenfrenado espectáculo de acción, intrigas y una mirada curiosa sobre su mitología. No obstante, y a pesar de sus esfuerzos, Kingsman: el Origen, carece del brillo de sus predecesoras, aunque no de su agilidad e inteligencia. Más sobria y menos extravagante que los dos films anteriores, la precuela es una revisión al cine de espías británico, pero también, al poder de una mirada peculiar sobre el mundo extraordinario del género de aventura y suspenso. Todo entre explosiones, peleas imposibles y muertes aparatosas, claro.
En una de las escenas de Kingsman: El origen (2021) de Matthew Vaughn, Rasputin (Rhys Ifans), atraviesa un salón de baile atestado con invitados elegantes. Es una figura lóbrega, alta y ominosa, que convierte la animada multitud que incluye a los hombres y mujeres más acaudalados de Rusia, en un momento de insoportable incomodidad. Todos le miran y saben algo concreto está a punto de suceder. Y de hecho, que sucederá a no tardar. Tal vez, sea obra del llamado monje loco, que se desliza entre ellos con los ojos entrecerrados de malicia.
O alguna obra de la casualidad y el temor, como parece sugerir la mirada atenta del Duque de Oxford (Ralph Fiennes) que viajó desde Inglaterra, con la expresa intención de enfrentarse al siniestro personaje. Cualquiera sea la respuesta, algo es obvio: todo está a punto de estallar, venirse abajo o ambas cosas. Eso, en medio de alguna situación extravagante y en especial, sin duda, de alguna escena de acción para la memoria de la historia cinematográfica.
De hecho, la escena podría definir el tono y el ritmo de la precuela de la ya icónica duología, que comenzó con éxito en”Kingsman: The Secret Service” (2015) y continuó “Kingsman: The Golden Circle” (2017). Basadas ambas en el cómic de Mark Millar del mismo nombre, Vaugh intentó extrapolar a la pantalla grande un recorrido novedoso a través del cine de acción y de espías. Y no solo lo logró, sino que además convirtió una historia en apariencia absurda sobre conspiración, acción y poder, en algo mucho más llamativo y denso.
La franquicia Kingsman sorprende por su capacidad para construir una visión sobre lo grotesco, lo excesivo y lo excitante en un extrarradio novedoso. Desde sus personajes peculiares hasta el uso de todos los tropos del cine de espías inglés desde un ángulo novedoso, las películas son una colección brillante de golpes de efecto que sorprenden por su buen hacer y en especial, su enorme capacidad para desconcertar. Como su mismo director insiste, no se trata de historias novedosas, sino contadas de manera disparatada. Y esa percepción sobre el caos y el absurdo, lo que hace a la saga una relevante y singular mirada a varios géneros a la vez desde sus aristas más curiosas.
Por supuesto, los antecedentes del más peculiar del servicio de inteligencia británico, tenían todo para continuar la historia a través de una travesía bien planteada. Para comenzar, cuenta con el elenco más sólido hasta la fecha. Si en 2015, Vaughn confesó que le llevó esfuerzos convencer a su grupo de actores para participar en el film — ya forma parte de la historia de la franquicia la categórica negativa de Elton John a interpretarse a sí mismo, solo para aceptarlo en la segunda entrega — en esta ocasión, el director parece haber encontrado las piezas precisas para su historia.
Desde un sobrio y profundo Ralph Fiennes como la piedra angular del argumento, junto a unos sólidos Harris Dickinson Gemma Arterton y Djimon Hounsou hasta secundarios y cameos de lujos como el de Ifans y Daniel Brühl, la película no escatima en mostrar su músculo de saga consolidada en una nueva dimensión de sus ambiciones. Lo cual claro, repercute tanto en el argumento — mucho más amplio y complejo — y una primera hora que dedica una especial atención a los personajes. Con una extraña personalidad propia, Kingsman: el origen, se aleja de la pirotecnia visual de sus anteriores entregas para ensayar algo nuevo. Y aunque no siempre funciona, si logra una estructura mucho más sólida y elocuente acerca del tránsito del poder, la elegancia de su punto de unión con el resto de la saga y una potente consciencia sobre su identidad.
Eso puede ser tan bueno como malo. La película es en extremo autoconsciente como parte de algo mayor y, de hecho, en algunos puntos parece un añadido crepuscular y no del todo necesario al universo general de la franquicia. En especial, cuando el guion hace un repaso a los grandes eventos históricos que precedieron a la Primera Guerra Mundial desde la óptica de la conspiración. De hecho, el tramo introductorio de la película elabora una cierta idea de prólogo casi en exceso extenso. La novedad convierte la ironía burlona y colorida del resto de las películas, en un humor más refinado y singular. Uno que va desde los grandes salones de las cabezas coronadas de Europa, hasta una Norteamérica en medio de una situación vergonzosa. También, hay nuevos personajes y una dinámica mucho más elegante sobre el hecho de la acción. Por curioso que parezca, el cambio de discurso aleja a la película del núcleo de la saga y es esa tensión, lo que hace que sea tan incomprensible como floja.
Para el segundo tramo, la película toma un segundo aire y es en realidad, cuando tiene mayores parecidos con sus predecesoras. Los secundarios brillan, la conspiración se hace retorcida y cada vez más exagerada, para al final, llegar a uno de esos insólitos paroxismos de jubiloso derramamiento de sangre que Vaugh compone con escenas más complejas, menos rudimentarias y más sofisticadas. Sin duda, la película obtiene mayor fuerza en la medida que su director se ha vuelto menos dado a la vulgaridad y lo rocambolesco, pero la gran pregunta que Kingsman: el origen deja sin responder, es si en realidad, esa nueva vuelta de tuerca a un discurso más mesurado, irónico y elegantemente burlón podrá sostener el éxito de la franquicia, que triunfó por ir justo en dirección contraria. Un cuestionamiento que esta gran épica que roza muchas veces lo inexplicable, no responde a cabalidad.
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