Los arqueólogos, son los profesionales del fisgoneo, se dedican a estudiar el pasado de la humanidad buscando y revisando fósiles, esqueletos, objetos enterrados, edificaciones, espacios urbanos, también territorios y cuanto perol hay en ellos. Identifican, clasifican, registran, analizan, proponen su conservación o su descarte.
Ya sea de pequeños poblados o grandes ciudades, la arqueología urbana hace interpretaciones de los asentamientos sociales: cómo se organizaban, cómo vivían, qué objetos valoraban, en que creían, como pensaban. Hacen todo eso con el montón de peroles que encuentran.
En el año 2008 en la ciudad de Buenos Aires un grupo de obreros se sorprendió con el hallazgo de un barco del siglo XVIII, estaban trabajando en una construcción en la zona de Puerto Madero, cuando excavando a ocho metros de profundidad se encontraron con el inesperado buque que paralizó la construcción que allí se hacía, convirtiendo el lugar en arqueológico.

En la actualidad los países, digamos…más o menos civilizados, se preocupan por el legado que están dejando a su gente, a sus sociedades del futuro y lo que van a conseguir los arqueólogos del mañana.
Creo que eso no está sucediendo con nosotros…
Aunque Caracas con su cielo azul, sus guacamayas y sus árboles puede mostrarnos cosas y lugares insospechados, su exploración en el futuro será más apropiada para el tipo de arqueología desarrollada por Indiana Jones en cualquiera de sus aventuras.
Aquí hay que tener cuidado de por dónde se camina, hay que estar atentos al piso, al frente y también mirar hacia arriba. Mientras caminamos no podemos ir distraídos, en un cortísimo trayecto sin duda nos conseguiremos con huecos, escombros, lomos, escalones, raíces, tuberías, tapas y tanquillas sueltas, levantadas, rotas o ausentes y basura, mucha basura. Si no estamos pendientes del piso podemos terminar en el dentista o en el traumatólogo.
También hay que mirar al frente, desarrollando la corta y la larga mirada en perspectiva porque hay muros atravesados, postes, muebles arrojados en cualquier esquina, automóviles sobre la acera, carteles publicitarios tirados al suelo y por supuesto mucha basura.
Tendremos la precaución de mirar hacia arriba porque de algún edificio pueden estar lanzando algo, por ejemplo, unas llaves o pueden estar podando un árbol y una rama caernos en la cabeza.
Este recorrido entre tanta basura urbana no deja de ser fascinante, siempre hay algo que sorprende más allá de tropezones, saltos y frenazos.
¿Cómo una sociedad puede generar tanto desecho, tanta basura de todo tipo y seguir entre el asco y la indiferencia como si no pasara nada? Los basureros municipales existen, aunque los mantengamos alejados de nuestra mente y
ellos son el escenario perfecto para una película de terror.
Las Mayas, Filas de Mariche, Las Clavellinas, La Bonanza, son vertederos espeluznantes, más allá de los indigentes hurgando algo con que sobrevivir o de cadáveres abandonados por causas que dan para varias novelas policiacas. Son terribles por las mafias que los manejan y se mueven cual zombis en ellos.
Es que en esos vertederos municipales se puede encontrar cualquier cosa ¿y por qué? Pues porque se bota todo sin discriminar, la basura no se clasifica, ni se procesa, ni se recicla, solo se acumula formando esas enormes montañas de residuos malolientes.
¿Y de quién es la responsabilidad? ¿Del Estado como institución, del Gobierno que representa al Estado? ¿de los ciudadanos que no pagan sus impuestos? ¿de la sociedad de consumo? ¿de la izquierda, de la derecha? ¿de que creamos aun en derecha e izquierda como líneas políticas?
Sea como sea, los caraqueños caminamos entre basura, al pie de edificios inconclusos y abandonados.
Caracas tiene la particularidad de contar con ruinas contemporáneas, edificios negados a los que se les ha prohibido el derecho a existir con dignidad, se invaden, se desalojan, se clausuran. Los italianos han hecho de las ruinas del impero romano un baluarte cultural, nosotros tenemos edificios contemporáneos paralizados a medio construir, son un desperdicio de la gerencia de proyectos, moles de concreto y acero dadas a perdida que parecen no importarle a nadie…pero alguien y también la ciudad, ha perdido mucho con estas ruinas urbanas.
Ahí quedan la Torre de David, el Helicoide, el Hospital Cardiológico-Oncológico de Montalbán, el Sambil de La Candelaria, el edificio Revlon en Boleíta, el Parque José María Vargas, el Palacio de Justicia y esta lista sigue creciendo en Caracas pero recordemos que en toda Venezuela hay obras inconclusas y perdidas como: el tercer puente sobre el Orinoco, el segundo puente sobre el Lago de Maracaibo o el sistema ferroviario nacional.
No se habitan, pero tampoco se demuelen. Están ahí como quien no quiere la cosa. Se ha perdido y se pierde dinero, se ha perdido estructura urbana, se pierden ingeniería y arquitectura, se pierde civilización.
¿Qué encontrarán los caraqueños del siglo XXII (si es que sobrevivimos hasta esa fecha) en esta ciudad que ahora está llena de basura y ruinas arquitectónicas contemporáneas? ¿Serán estas construcciones inconclusas y esos cerros de basura el legado que estamos dejando para que los arqueólogos del futuro?
Vamos a necesitar no uno, si no cientos de Indiana Jones que se arriesguen a entrar en el infierno de los vertederos municipales de basura o valientemente exploren los edificios abandonados y se sorprendan con el espacio perdido y el objeto inesperado.
Habrá mucho que revisar, se sorprenderán con lo que fuimos, lo que pudimos ser y cómo no supimos entender el valor de las cosas, esas que tienen entidad corporal y espiritual, natural o artificial y que dan sentido a la civilización.
Foto de la portada: Archivo Fotografía Urbana, Proyecto Helicoide.
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