Para Spiderman, que somos tu y yo

El 14 de febrero de hace cinco años, el New York Times Style Magazine invitó a varios de escritores a escribir una carta de amor para alguno de los actores o personajes de ficción nominados al Oscar. El escritor Victor LaValle escogió, por encima de las grandes figuras de la actuación o personajes trágicos, a un reciente llegado a la lista de nominaciones: el joven Miles Morales, recién salido del éxito del cine animado Spider-Man: Into the Spider-Verse. El escritor la colección de cuentos Slapboxing with Jesus y las maravillosas novelas The Ecstatic, Big Machine, The Devil in Silver y The Changeling, tenía una buena razón para dedicar unas afectuosas palabras a Miles: era el reflejo no sólo del superhéroe que de niño siempre había querido admirar, sino además, la conclusión de un largo proceso que llevó a un niño afrolatino de cabello rizado, a convertirse en uno de los personajes más famosos de la cultura pop actual.

“Mis hijos creen que eres genial, pero soy yo quien te ama. Tengo 47 años, mi hijo, 7 y mi hija, 5, pero, al final de Spider-Man: un nuevo universo, yo fui el único que se quedó sentado, llorando” comienza la carta, en la que el escritor, además de recordar su infancia y amor por el mundo de las historietas, hace una sutil crítica al mundo del cómic, casi siempre blanco y anglosajón “Ya era hora de que existieras en medio del mar de personajes caucásicos que era –y aún es– la industria de los cómics. Sé que esto es un poco meta, pero tenía muy presente esa historia cuando terminó la película”.

Para Victor DelValle — de piel oscura y sin duda, parte de ese considerable número de fanáticos que se identificaron con Miles — la idea de un héroe que pudiera parecerse a sus hijos y a él mismo, es un tipo de proeza de los tiempos que corren que no pensó en disfrutar. Después de todo, el desequilibrio entre la corrección y la incorrección política es cada vez más incómodo, por lo que la inclusión parece encontrarse pendiente de un hilo entre la incomodidad y la necesidad política. Pero Miles Morales, con su hermoso afro, ojos claros y sonrisa amable, es algo más: es el reflejo de la más reciente evolución del Spiderman como símbolo del bien y del mal corriente, de las decisiones morales y lo que es aún más importante, el valor de ese coraje corriente, de hombre de la calle, que hace de Miles Morales y antes, a Peter Parker, un “buen vecino amistoso”. El héroe de Nueva York con el rostro de cualquiera ciudadano común.

La araña misteriosa y el poder de las buenas referencias:
Durante los últimos meses, el nombre de Spiderman estuvo en todas partes: la segunda parte de la futura trilogía a cargo del director Jon Watts se convirtió en un éxito taquillero de un verano un tanto flojo en ganancias de boletería. La película, que cuenta lo que ocurrió inmediatamente después de los extraordinarios sucesos de Avengers Endgame (Hermanos Russo — 2019) no sólo brindó una nueva profundidad al personaje, sino que, además, le brindó un inusitado peso dentro de la venidera fase cuatro del Universo cinematográfico de Marvel. El resultado, fue que los saltos acrobáticos de Spidey se volvieron objeto de curiosidad colectiva y el personaje obtuvo un renovado aire de tendencia inevitable. Como si eso no fuera suficiente, una tensa disputa entre Marvel y Sony por los derechos de producción de las futuras películas acerca del Universo asociado al trepamuros de Nueva York, se convirtió en el tema más debatido en fanáticos y foros especializados. Al final, Spiderman — con el rostro del jovencísimo, torpe y entrañable actor inglés Tom Holland — se volvió de nuevo ese reflejo en el espejo de un tipo de cultura que todos reconocemos por inmediata, accesible y fugaz. Quizás, un tipo de juventud difícil de explicar más allá de nuestro asombro por las mitologías modernas y sus implicaciones.

Porque Peter Parker siempre ha sido el vecino de la puerta siguiente: el chico extraño, que se tambalea sobre sus pies, con el rostro lleno de acné, que todos fuimos alguna vez. De hecho, la gran cualidad de Spiderman es mezclar la eterna identidad del superhéroe — ese ciclo atípico y arquetipal que ya Campbell definió como inevitable — como el rostro de un hombre común. De un hombre — en realidad, un muchacho — que se convirtió en la metáfora de un tipo de bondad cotidiana y al alcance de todos. Peter Parker es un hombre — un muchacho, más bien — que no pidió ser un héroe pero que lo es e intenta hacerlo lo mejor posible, sin lograrlo siempre. Con su asombro por la maravilla, valentía audaz y ese toque de desparpajo que le hace tan cercano a cualquiera de nosotros, Spiderman se balancea entre los rascacielos de Nueva York para recordar que el heroísmo — el de verdad, el valioso y el que realmente importa — es mucho más que una capa y una máscara. Se trata del coraje de enfrentarse a cierto tipo de pesimismo moderno, que podría convertir a Spiderman en un símbolo roto, a no ser porque el personaje es mucho más que eso. Envuelto en el poder de su propia cruzada — hacer el bien, desde indicar una dirección en la calle hasta enfrentarse a criaturas imposibles — este héroe de todos los días es mucho más que una alegoría creíble sobre la heroicidad. Es una mirada sincera sobre las posibilidades de la bondad.

Por supuesto, todos conocemos su origen — en el cine se ha contado de dos formas distintas hasta ahora — pero Spiderman es mucho más que la víctima — y el resultado — de la trágica muerte de tío Ben. El personaje imaginado por Stan Lee y Steve Ditko es en realidad de una compleja serie de mensajes y reflexiones sobre la naturaleza del poder, la forma en que se manifiesta, pero sobre todo, cómo aprendemos sobre esa sutil e invisible responsabilidad acerca del hecho de la bondad que nos une unos a otros. ¿Parece muy complicado para un héroe de historietas? Puede parecerlo, hasta que Spiderman se eleva con los brazos abiertos a través de los edifiicos emblemáticos de Nueva York, con toda la carga de su tragedia personal a cuestas. Cuando llora en silencio, cuando consuela a Tia May con un brazo sobre los hombros. Porque Spiderman es mucho más humano que cualquier otro superhéroe y también, mucho más poderoso en su vulnerabilidad que cualquier otro de la factoria Marvel y la mucho más tétrica, editorial DC.

Por supuesto, el mundo de los superhéroes está poblado de figuras extraordinarias que batallan con su humanidad al mismo tiempo con la visión de rayos X o su capacidad para volar. Superman intenta pasar desapercibido, ocuparse de sus ancianos padres y sostener una relación Louise Lane. Batman lidia como puede con sus terrores y horrores, mientras el Capitán America intenta mantenerse incólume en medio del cinismo de nuestra época. Iron Man se pasea entre el símbolo y la provocación, mientras la Capitana Marvel vuela de un lado a otro del Universo en busca de sus orígenes. Al final, todos los héroes están unidos a su rostro humano, al que miran al espejo, el que nadie más ve o puede interpretar. Pero es Spiderman el que además, agrega una dimensión simple que escapa de sus otros múltiples parientes del mundo de los hombres y mujeres extraordinarios: su asombro hacia la posibilidad del error.

¿Parece poca cosa? No lo es tanto, si pensamos que tanto Batman como Superman, los iconos modernos de dos tipos de heroísmo, se miran uno al otro desde la distancia de sus dolores y pesares, convertidos en versiones trágicas de algo más que humano. Por un lado, se suele decir que Superman es la encarnación moderna de lo que antiguamente fueron los Dioses grecorromanos. Que con su poderes ilimitados — y en ocasiones absurdos — , su extraña mezcla de humanidad y algo parecido a la una divinidad forzada, representa lo peor y lo mejor del ser humano. No obstante Superman — el símbolo — parece ser incluso más que eso: es la representación del sueño americano, una figura luminosa que brindó al país una metáfora sobre el optimismo en los oscuros años de la Postguerra. Más allá de eso, Superman es una idealización moral inquietante, que eleva los principios y dilemas del hombre común a una dimensión inalcanzable.

Por el contrario, Batman es violento, tenebroso y sobre todo, ambiguo. A pesar de que su origen es similar al de Superman — la muerte violenta de ambos progenitores — el hombre Murciélago no tiene la necesidad de cumplir un canon ético, sino que construye el propio. Al contrario que el héroe de Metrópolis, Batman se debate entre sus dolores y la responsabilidad moral que asume sin quizás prever sus consecuencias. Así que mientras Superman se cuestiona si el bien es algo más que una postura intelectual, Batman legitimó la estrategia y la cólera como una forma de comprenderse así mismo y la manera en que lucha contra el crimen en una ciudad complicada como Gotham. Un símbolo de una cierta concepción del mal necesario.

Visto así, ambos héroes se encuentran en extremos contrarios del espectro: Superman es una aspiración y Batman, una interpretación humana del dolor y la venganza. Como bien comentó David Macho, guionista español que tiene el honor de ser el único ibérico que escribió un cómic de Bruce Wayne, no es sencillo comprender al justiciero de la máscara negra: “Mientras Superman representa un objetivo inalcanzable de bondad que tememos plantearnos, Batman es la encarnación del poder de la inteligencia y el dolor humano. Planos superpuestos uno sobre otro”.

No se trata sólo que Superman y Batman son expresiones paralelas de una idea única, sino que incluso sus respectivos contextos parecen acentuar la diferencia hasta crear puntos de vista diametralmente opuestos: Mientras Gotham es una ciudad oscura, violenta, árida y peligrosa, muy parecida a la Nueva York de los años ’70 inmortalizada por Scorsese, Metrópolis es limpia optimista y casi ingenua. Ciudades espejos protegidas por héroes a su imagen y semejanza. Creaciones utópicas y distópicas de una interpretación que insiste en analizar la luz y las sombras a la periferia de cada uno de nosotros.

Al contraste ¿quién es Spiderman? Un hombre que un día tropezó con el heroísmo y tuvo que aprender, desde la experiencia diaria, el ensayo y el error, la importancia y el significado de ser poderoso. Mientras buena parte de los Superhéroes del mundo Marvelita y de DC nacieron con el poder como un hecho asumido o lo adquirieron a través de las circunstancias más extrañas, Spiderman cuelga entre la torpeza, la necesidad de comprender sus propios límites y una durísima concepción sobre la responsabilidad sobre lo que podemos y debemos hacer. No es casual que el personaje se atenga al estricto código moral de su única figura paterna: para el Tio Ben “ un gran poder encierra una gran responsabilidad” y es esa percepción de la bondad moral, tan simple, tan al alcance de todos, lo que hace que Spiderman sea mucho más creíble — y quizás honesto — que cualquier otro superhéroe.

Por supuesto, no es casual que el buen vecino de Nueva York esté convencido que el bien y el mal coexisten en medio de algo más elaborado: Stan Lee tomó la clásica frase que define al héroe del discurso de uno de sus ídolos históricos favoritos: el 11 de abril de 1945, el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt dio su último discurso en vida y en él, dejó claro que el poder del país que había ayudado a fundar, residía en los lazos invisibles que unían al ciudadano con una responsabilidad moral más profunda y dura de comprender. “Hoy hemos aprendido en la agonía de la guerra que un gran poder conlleva una gran responsabilidad (…) nosotros, como estadounidenses, no elegimos negar nuestra responsabilidad.” Para bien o para mal, Stan Lee dotó a su personaje más querido de la mirada asombrada sobre el bien profundamente espiritual que inspiró a su país por años. Para bien o para mal, Spiderman es el símbolo de un tipo de fuerza intelectual más fuerte que los hilos de araña en sus muñecas o su extraordinaria fuerza física: su capacidad para asumir el poder (desde un ángulo formidable) en algo más extenso, profundo y extraordinario. Una forma de luchar contra la oscuridad de una época signada por la violencia.

De Peter a Miles, la historia natural de una araña:
Por supuesto, todos conocemos a Peter Parker y es de hecho, el Spidey para la mayoría de los fanáticos: pero como buen símbolo de muchas cosas a la vez, ha tenido más de un rostro. Desde las aventuras de los clones de Peter (con Ben Reilly) hasta esa extraña línea argumental en la que Doc Ock controló el cuerpo de SpiderMan y fue por un tiempo un héroe, el vecino amistoso de Nueva York ha evolucionado bajo la máscara con la misma rapidez que bajo de ella. Ha sido un testigo de su tiempo, una criatura que evoluciona en el papel y la tinta a la misma velocidad que en la forma de comprender su propio valor en el mundo. Y más allá de eso, Spiderman se ha convertido en un símbolo de un tipo de bondad servicial, de un héroe que puede tener el rostro de cualquiera.

Tal vez por ese motivo, el escritor Víctor DelValle dedicó su carta de amor a la cultura pop al Spiderman de la nueva generación, el de la tez morena, el ritmo latino y la sonrisa amable. El que camina por Brooklin, el que se enfrenta a su tio, el que lucha con sus finanzas y el trabajo escolar. Miles Morales, como antes lo fue Peter Parker es la metáfora del bien en estado puro, de una forma de nobleza que difícilmente puede explicarse más allá de los mundos imposibles de las historias y quizás, esa es su mayor valor.

Pasé 39 años sin ti, pero has sido parte de la imaginación de mis hijos toda su vida. Ellos no se pusieron emotivos porque, para ellos, un Spider-Man afrolatino con una mata de hermoso cabello rizado ya es común. No es la gran cosa. Otras personas quizá den por sentado que tienen el rostro de un superhéroe y me alegra que mis hijos se sientan así. Yo pasé mucho tiempo sin poder sentir eso; mis grandes sentimientos hacia ti muestran cuánto lo necesitaba” escribió el autor al final de su emotiva carta, que firma con la afectuosa frase “Con amor, Tu tío Victor”. Porque de una u otra forma, Spiderman es parte de cada uno de quienes amamos los superhéroes e incluso, de los que no lo hacen tanto. Una forma de celebrar el valor de las pequeñas cosas buenas, del tiempo que transcurre y la noción del héroe más allá del cinismo de nuestra era.

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Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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