Nada nuevo bajo el mar: La Sirenita, de Rob Marshall

“La sirenita” de Rob Marshall es, sin duda, el mejor live action de Disney. Pero, eso no quiere decir que sea una historia lograda, ni mucho menos, una que satisfaga el propósito de un producto derivado que no aporta nada a la historia original. 

Las primeras escenas de “La Sirenita” de Rob Marshall, rinden un emotivo tributo a la original animada, estrenada en el 1989. La sensación inmediata es, entonces, que la película necesita establecer un vínculo con su predecesora, en un intento de construir paralelismos reconocibles. Mucho más, puntualizar de inmediato, que sin duda, es una versión de la icónica película que reavivó el departamento de animación de Disney y se convirtió en un clásico del mundo cinematográfico. Mientras Eric (Jonah Hauer-King), escucha viejas historias sobre sirenas — y el motivo por el cual no debe creer en ellas — la cámara va de un lado a otro, escenificando la icónica secuencia de apertura que conmovió a toda una generación.

Pero no es suficiente. La frase podría definir a buena parte de la película. Desde su apartado visual, guion, hasta las actuaciones, a excepción de la extraordinaria interpretación de Halle Bailey, parece ser todo lo sólido que podría esperarse de una película en la que Disney apuesta el prestigio y el sentido del propósito de sus controvertidos live-action. No se trata de un ejercicio de comparación. Aunque la cinta de Marshall tiene las mejores intenciones y sin duda, es un cariñoso tributo a una producción más acabada y mejor construida, el largometraje avanza entre el lastre de deber reconocer la existencia de un clásico que pesa sus hombros y buscar individualidad.

No lo logra y en particular, no lo hace porque es incapaz de atreverse a innovar. Lo hace, en puntos que necesitan segundas y terceras revisiones para ser más que eventualidades en un contexto mayor. Esta vez Ariel, no va a tierra firme solo por amor. Le mueve la curiosidad, también un objetivo. Abandonar el hogar y encontrar, antes o después, una forma de entender su personalidad. El amor llega y florece, sin duda, pero la hija menor del Rey Tritón (interpretado por un deslucido Javier Bardem), no está en busca de profundizar en el romance. Cuando ocurre, el punto se une al resto de su dilema vital y es justo, esa diferencia bien construida, la que lleva, por paradójico que parezca, a los puntos más bajos de la película.

Debajo del mar todo es deficiente y levemente deslucido 

Uno de los elementos que más decepcionan de la cinta de Marshall es su apartado cinematográfico y visual. Más cerca del género camp que de la fantasía, el argumento atraviesa aguas complicadas. Por un lado, debe complacer el extremo singular de todo live-action que se precie. A saber: traducir en imágenes realistas, un mundo radicalmente distinto y basado en la exageración, como es el animado. La transición desmejora sensiblemente el contexto que rodea a Ariel. Mucho más, después de los prodigios visuales que logró James Cameron con “Avatar: el camino del agua”.

El reino acuático tiene deficientes efectos visuales y aún peor imaginación. Mucho peor resultan el resultado de las adaptaciones en vivo de Sebastian (Daveed Diggs) y Flounder (Jacob Tremblay). El trabajo vocal de ambos actores es extraordinario y sus momentos son memorables, gracias al esfuerzo de uno y otro por brindar personalidad a sus personajes. Pero en realidad, la recreación de dos figuras tan entrañables — y con aspecto tan especifico — resulta fallida, cuando no incómoda. Un rasgo que también se extiende a Tritón, una especie de figura gigantesca y paquidérmica, que parece ajena a las profundidades subacuáticas que gobierna. Hay algo de irreal — y no el sentido de la fantasía pura — en cada uno de los protagonistas, atrapados en una red de colores imposibles y de movimientos antinaturales que desconcierta en cada escena.

Úrsula (Melissa McCarthy), también sufre las consecuencias del cambio. Sus escenas son las mejores — gracias al carisma de la artista — pero todo lo que la rodea, tiene mucho de artificioso y poco de impresionante o temible. En especial, cuando encuentra su final — que cambia ligeramente la versión de la historia animada — y los efectos digitales se exageran en favor de un drama que no termina de ser creíble. Un elemento con el film tropieza una y otra vez.

Sin boda, pero sin con pedida de mano 

Sin grandes cambios más allá de la exploración de los personajes y una escena final que, también, cambia una de giros argumentales más queridos de la original por una versión más contemporánea, la película cumple su cometido. ¿Cuál es ese? Una nueva generación para la que habrá otra Ariel y sin duda, otro cuento que adorar. Al final, este live-action es el más cercano al propósito de todos los demás. Reinventar los íconos para nuevas sensibilidades, mercados y comprensión.

¿Qué tan malo en eso? Mientras Ariel acepta matrimonio — “bajo ciertas condiciones” — con su adorado Eric, la misma película parece responder la pregunta. Nada, porque cada nueva adaptación en acción en vivo solo demuestra que Disney — y otros tantos estudios — ya miran al futuro. Algo que quizás, sea el mensaje central de toda esta nueva tendencia.

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Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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