Los verdaderos monstruos en A Quiet Place Part II de John Krasinski

A Quiet Place Part II de John Krasinski es una revisión al universo que creó en la película original del 2018. Pero a diferencia de la experiencia íntima, tensa y dolorosa previa, su secuela es una búsqueda de respuestas que sorprende por su eficacia.

A Quiet Place Part II de John Krasinski es una revisión al universo que creó en la película original del 2018. Pero a diferencia de la experiencia íntima, tensa y dolorosa previa, su secuela es una búsqueda de respuestas que sorprende por su eficacia. ¿Quiénes son los verdaderos monstruos en un mundo arrasado por un desastre imprevisible? 

Uno de los elementos más recordados de la película A Quiet Place (2018) de John Krasinski, no fue solo el impacto de su escenario mínimo, el buen manejo del misterio y la utilización de los recursos básicos del cine de terror, para crear una pequeña pieza sólida del género. Fue también, la forma en que el argumento trascendió la pantalla y fue capaz de crear una atmósfera en el público espectador. Sin necesidad de recurrir a los trucos del 3D o de cualquier tecnología análoga, el film hizo enmudecer a salas de cine completas, en una especie de complicidad profunda y singular que sorprendió por su alcance. 

Durante el fin de semana de su estreno, varios medios especializados comentaron la forma en que A Quiet Place creaba una especie de pacto de interacción entre los horrorizados espectadores y lo que ocurría la pantalla. Con una economía de recursos cuidadosa y en especial, con una brillante concepción del miedo, Krasinski había logrado brindar una profunda percepción sobre la vulnerabilidad, a través del recurso simple de no mostrar lo que ocurría más allá de una situación doméstica. 

La película era de terror (y con todos los elementos clásicos del género), pero también, era una profunda reflexión sobre el dolor, la angustia de una situación claustrofóbica y el miedo asociado a la paranoia. La forma en que el director y protagonista manejó los hilos argumentales, además creó un reconocimiento inmediato entre el público y los personajes. Eso, mucho antes que la pandemia creara las condiciones para asumir el miedo desde espacios extremos, privados y delimitados por la subversión de lo doméstico.

A Quiet Place Part II, toma la misma premisa — pocos personajes y una situación insostenible — para narrar una historia que, aunque avanza y amplía el universo original, también se enfrenta ahora, al hecho que la distopía y la realidad se confunden en lo que parece una mezcla inquietante. La película, filmada antes del parón de la industria del cine a principios del 2019, es una mirada precisa y elocuente sobre el trayecto hacia el terror que se fundamenta en la pérdida de cada espacio conocido. Y de nuevo, al parecer obró el mismo prodigio discreto y singular de vincular esa trama — ya conocida y reforzada por lo que ocurre fuera de las salas del cine — con el público. La película logró remontar los $100 millones de dólares durante el fin de semana y convertirse en uno de los grandes fenómenos de taquilla post pandémicos. Pero también es algo más: es un cuidadoso recorrido por la forma en que el terror se percibe luego de una emergencia sanitaria de la magnitud como la que el mundo sufrió durante los últimos años. 

De hecho, uno de los grandes logros de Krasinski es no atenerse a la regla tácita de toda secuela en Hollywood: Más grande, más costosa, peor elaborada. En realidad, es una mirada a lo que está pasando más allá de la familia Abbott (de nuevo encabezada por Emily Blunt, en ausencia del fallecido personaje de Krasinski) y como la repercusión no es sólo el enfrentamiento directo con los monstruos, sino recrear la permanente sensación de acecho y amenaza, que ahora buena parte de la audiencia conoce muy bien. Hay algo asombroso, extravagante y poderoso en este argumento, que no recurre a un elemento nuevo — más allá de un par de personajes y mostrar contexto — para lograr un efecto más intenso que la película original. La película subvierte otra vez el entorno doméstico, la privacidad y la intimidad, pero, aunque tiene el doble de diálogos de la anterior, Krasinski tiene la habilidad de reflexionar de forma persistente sobre la pérdida y el miedo. Todo en medio de secuencias bien planeadas de pura tensión que sostienen esta travesía en medio de un escenario apocalíptico tan violento como bien construido. 

Otro de los grandes logros de A Quiet Place II es tener la percepción del peligro como algo más que criaturas inexplicables e incluso, la violencia de los sobrevivientes. El mundo se ha convertido en un lugar en el que nada es seguro ni tampoco, es posible evitar del todo la posibilidad de la muerte, a pesar de las precauciones. Krasinski lleva a una dimensión por completo nueva la concepción de la amenaza y también, la vulnerabilidad del sobreviviente. A diferencia de otros dramas parecidos, A Quiet Place Part II pondera sobre la urgencia de sus personajes por correr un riesgo que, de origen, podría ser insuperable. Y esa concepción del poder y de la forma de entenderlo, lo que permite que la película sea tan poderosa como conmovedora, por momentos abrumadora y siempre, efectiva. 

Para Krasinski el peligro no se resume — ni tampoco se limita — a los monstruos que acechan en alguna parte y al riesgo perenne de un error mortal. Con una habilidad que sorprende por su buen hacer y un pulso preciso para el ritmo de la tensión, el resto de los supervivientes al apocalipsis, son tan o más peligrosos, que las criaturas que aguardan a que el silencio se rompa. Este juego de paralelos — lo que vigila y aguarda, lo que se convierte en un peligro inminente — permite a A Quiet Place Part II transitar a través de caminos desconocidos en su propuesta original. De la batalla a ciegas contra la atmósfera claustrofóbica, Krasinski da un paso hacia una dirección que lo emparenta con propuestas como 28 días de Danny Boyle, en la que la agresión de los que huyen, se escoden o escapan es tan peligrosa como la amenaza central. 

Al final, A Quiet Place Part II medita de una forma inteligente y profundamente dura sobre un tema que quizás, la convirtió en el éxito de un fin de semana a semanas de los primeros estrenos post pandémicos. ¿Cuáles son los verdaderos monstruos? ¿en dónde se esconde el terror en medio de una amenaza que sobrepasa cualquier tipo de previsión? Con una sala llena de espectadores con el rostro cubierto con máscaras de tela y plástico, la experiencia de la película debió ser impactante y dolorosa, tan real como para ser perdurable a pesar de su aparente sencillez. Todo un logro en una época en que el terror parece ser algo más de lo evidente y que se enlaza con algo sin duda, más emocional. 

Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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