Don’t Look Up: cuando el ser humano es su peor enemigo

La estupidez, codicia y superficialidad del mundo contemporáneo es sin duda, el evento apocalíptico más peligroso al que se ha enfrentado la humanidad.

Don’t’ Look Up combina los tropos de una disaster movie al uso, con algo más sutil: un discurso político hipócrita. El resultado es una rarísima combinación en la que el director se burla no sólo de la vanidad de nuestra época, sino también pone el acento en un punto clave, sensible e incómodo. La estupidez, codicia y superficialidad del mundo contemporáneo es sin duda, el evento apocalíptico más peligroso al que se ha enfrentado la humanidad antes o después. Un recorrido incómodo y singular por los lugares más duros de nuestra década, obsesionada con idealismos torpes y abstracciones vulgares sobre nuestra identidad colectiva. 

En una de las escenas más peculiares de Don’t Look Up de Adam McKay, Dibiasky (Jennifer Lawrence), estalla en pánico en frente a las cámaras. “Todos vamos a morir” grita, con las manos apretadas, el rostro tenso. Lo siguiente que ocurre es que su rostro se convierte en un meme (uno muy popular, por cierto) y toda la información que gritó a pleno pulmón, en motivo de chiste. No importa si lo que el personaje decía era cierto, anunciaba un desastre inminente o se trataba de una declaración de intenciones. La secuencia entera, pareció regodearse en la efímera atención mundial. En la sensación absurda y abrumadora, que la gran mirada sobre el individuo actual, puede ser tan cruel, como frágil y pesarosa. Como una burlona exploración sobre la desmedida importancia de la forma sobre el fondo. 

Buena parte de la película de Mckay está obsesionado con el tema. También con la presunción acerca de cómo el lenguaje político ha perdido todo lo sustancial para convertirse en espectáculo. Por supuesto, no son temas nuevos, ni tampoco tocados de manera original. Ya desde El Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles, el tema sobre el poder utilizado en forma maniquea, monstruosa o violenta ha formado parte del cine que intenta replantear la idea sobre el populismo, la promesa barata y el brillo fatuo de las grandes figuras en puntos estratégicos de centros de influencia. Pero en esta ocasión, McKay toma la decisión — extraña y en un precario equilibrio — de combinar una disaster movie, con comedia y un amplio comentario político. El resultado es una película brillante, a ratos sostenida con dificultad sobre un contexto más grande y al final, con un subrayado innecesario en algunas de sus escenas más poderosas. Pero también, en un film duro, que plantea la idea sobre nuestra cultura como un gran mapa roto de oportunidades rotas, perdidas y descartadas. 

Por supuesto, utilizar la premisa de un catástrofe apocalíptica de consecuencias mundiales, conlleva el riesgo que el argumento por necesidad, no puede basarse en una experiencia local. Pero Mckay, toma la ingeniosa decisión de seguir el avance de lo inminente a través de dos testigos privilegiados. Cuando los astrofísicos Randall Mindy (Leonardo DiCaprio) y Kate Dibiasky (Lawrence) descubren que un cometa de envergadura potencialmente devastadora está a seis meses de distancia de la tierra, la reacción inmediata es intentar poner la información en las manos correctas. Pero para McKay la información es poder y el poder, en el mundo de Don’t Look Up ambas cosas están en las manos incorrectas y el momento inoportuno. 

Con su fuerte carga satírica, el anuncio de una devastación total se convierte en Don’t Look Up en la forma de recorrer la versión sobre la identidad de nuestra cultura. Poco a poco, el guion extiende su mirada a las redes sociales (reflejo de un caos de datos inclasificable) hasta la connotación sobre las ramificaciones de la influencia real. De pronto, Dibiasky y Mindy navegan en medio de entrevistas presidenciales, segmentos noticiosos, la viralidad y el terror real de lo que está a punto de ocurrir. Al mismo tiempo, la película se convierte en una caja de resonancia de preocupaciones reales e inmediatas sobre paralelismos inevitables. Los antivacunas, los negacionistas del cambio climático, los teóricos de la conspiración: cada fragmento del desorden contemporáneo sobre la veracidad, el manejo de la información como herramienta de manipulación y el debate superficial científico, encuentran un lugar en este extraño escenario, que McKay lleva a un nivel cada vez más angustioso e irónico. En Don’t Look Up la cuestión no es la supervivencia, sino quién posee la verdad. O en todo caso, quien puede maniobrar entre ambas cosas y lograr una considerable ventaja. 

Don’t Look Up además, es un escenario que no deja de cambiar y transformarse en algo cada vez más agresivo. Eso, mientras la tragedia se avecina y se convierte en un rastro radiante en el cielo. Pero para cuando el cometa y su anuncio de destrucción total es visible, ya el mundo se encuentra dividido en medio de una polémica que se disuelve lentamente y se convierte en puntos focales de caos. La terrorífica estela luminosa deja a su paso un mundo cada vez más infantil, aplastado por el peso de su propia necedad y abrumado por lo inevitable. Para cuando Dibiasky y Mandy comprenden el doloroso peso de tener la razón, de haber previsto lo inimaginable, la película encuentra sus mejores momentos. Con una rara sensibilidad, Don’t Look Up avanza a través de los escenarios de la devastación, a medida que lo burlón se mezcla con el drama y un punto amargo difícil de entender de inmediato. El film encuentra sus mejores momentos cuando finalmente el pesimismo se extiende en medio de la codicia y la vanidad, en una especie de superestructura frágil que está a punto de colapsar. Para la última escena, Don’t Look Up se ha convertido en un espejo incómodo, amargo y violento sobre las armas invisibles e intangibles de nuestra sociedad. Las que apuntan a cada espacio blando de nuestra angustia colectiva. De la simple estupidez general que quizás, es el peor enemigo contra el que debemos luchar y la que el film muestra de manera siniestra. Don’t Look Up: cuando el ser humano es el peor enemigo

Aglaia Berlutti

Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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