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“Dune: parte dos” de Denis Villeneuve, creando mitología en la ciencia ficción.

Aglaia Berlutti 9 meses ago 0 24

Si en 2021 “Dune” de Denis Villeneuve no sorprendió demasiado, su secuela es un aporte visual y narrativo a gran escala al género de ciencia ficción. Mucho más, es una sofisticada vuelta de tuerca al tópico del Mesías, esta vez traspuesto y reconstruido para que su papel en la historia sea dudoso. Todo en un escenario majestuoso que deja sin aliento.

En el año 2021, ocurrieron muchas cosas en el mundo del cine y pocas buenas. El parón obligatorio de la emergencia sanitaria de la pandemia, retrasó proyectos, llevó a otros directamente a la cancelación y reformuló el panorama del mundo del cine. Al menos, como se conocía en la última década. Sin embargo, uno de los grandes eventos memorables, fue la llegada al cine de la segunda adaptación de “Dune” de Frank Herbert.

Esta vez, la obra tenía una solidez elegante y fría, más cercana al relato mitológico que a la épica. También, era una exploración cuidadosa en las preocupaciones y tensiones de la novela original de la saga literaria, conocida por su densidad. Con docenas de libros que relatan y añaden información a la historia central, “Dune” se consideró inadaptable por más de treinta años. Desde los intentos de Alejandro Jodorowsky de abarcar todo el trasfondo a la inesperada pobreza narrativa de David Lynch. Lo cierto es que el relato fundacional de la ciencia ficción contemporánea atravesó docenas de manos y de bocetos. Finalmente, vio luz en una puesta en escena sobria, que el director Denis Villeneuve utilizó con un objetivo en particular. Brindar contexto a la obra en general, a costa de la espectacularidad de la obra en pantalla.

Fue, desde luego, una decisión arriesgada que conllevó quejas y alguna que otra decepción. “Dune” llegó a los teatros, con la potencia de una narración que contenía a otras tantas. Después de todo, la novela de Herbert es el origen varias de las aventuras en la galaxia más conocidas del cine, “Star Wars” la más obvia. De modo a que cualquier cosa que Denis Villeneuve intentara, parecería visto, trillado o al menos repetido. El realizador entonces tomó la decisión suicida con una premisa de semejante envergadura. Ir en sentido contrario y atenerse a lo simple, muscular y primitivo de todas las inquietudes del escritor y la forma en que el conjunto de novelas, las exploró con cuidado.

El resultado fue, entonces, una cinta que anunciaba una franquicia, al menos una trilogía. No de la forma tramposa, levemente ridícula y forzada de las películas de Marvel, con sus argumentos incompletos y escenas poscréditos utilitarias. El guion de Denis Villeneuve, Eric Roth y Jon Spaihts, tomó los mitos imaginados por Herbert y los depuró, hasta hacerlos más digeribles y sin duda, mucho más compactos, que la narración literaria, que juega con la ventaja de su extensión y detalle en el relato en conjunto.

Al contrario, “Dune” mostró las raíces de lo que vendría después, su utilidad y la forma en que la narración inicial acerca de Paul Atreides (Timothée Chalamet) podría funcionar a futuro. Incluso, se tomó el atrevimiento de no mostrar a las criaturas temibles, centro de toda la trama. Los gusanos de arena, apenas brotaron de Arrakis en dos ocasiones y en ambas, se volvieron una imagen movediza en la tempestad. Lo que dejó claro que “Dune”, con todo y su elegancia metódica, solo era la preparación para algo más en lenta sucesión.

“Dune: parte dos”, más grande y potente 

Esa “otra cosa”, llega y sobradamente con “Dune: parte dos”, que deja clara la ambición central de la película anterior y del universo entero, ahora sí, mostrado en todo su esplendor. La cinta de Denis Villeneuve, es, quizás, la menor película de ciencia ficción de la década, no solo a escala, sino en su cuidadosa planeación. Sin perder el tiempo en detalles que ya planteó su predecesora, la trama va directo al grano. La derrota (aparente) de los Atreides y tuvo repercusiones inmediatas. Por lo que en un giro de habilidad sorprendente, el cineasta hace imprescindible la primera película, sin que sea necesaria para sostener la actual.

El leve matiz puede parecer contradictorio, solo que no lo es. En realidad, se trata que “Dune”, en su carácter de elemento fundacional para entender todo lo que se cuenta en el presente del mundo que plantea, hace más rica la experiencia, pero no anula la que llega ahora a la pantalla grande. Villeneuve analiza la historia en su naturaleza de rompecabezas. Saber acerca del origen de la revolución que emerge de la arena ardiente, hace doblemente satisfactorio su existencia. Pero no saberlo, no disminuye el placer de “Dune: parte dos” en su conjunto.

De modo que la cinta, empieza sin preámbulos. De las palabras en Fremen que abren la acción y que recuerdan la importancia de la especia Melange, siguen las palabras de a la princesa Irulan (Florence Pugh). La hija del emperador, explica los detalles de la carnicería en primer plano. Los Harkonnen, amparados bajo el músculo del soberano del Universo Conocido (Christopher Walken) están decididos a convertir a Arrakis en un feudo particular, amparados por este y las Bene Gesserit. La cámara transforma los espacios pálidos bajo el sol en un genocidio total que apunta a un solo culpable: el Barón (Stellan Skarsgård), que ahora se ha convertido en uno de los hombres más importantes de la galaxia. Eso después de arrasar por completo con los Atreides.

Con esa simple escena, Villeneuve se aleja de otras tantas sagas intergalácticas y hace de la suya un lugar lóbrego, temible, retorcido. Lo interesante de “Dune: parte dos”, es el hecho de conseguir que una narración que parece contada en docenas de ocasiones y de formas más vistosas, tenga algo de original. También de sofisticado y de poderoso, en especial a medida que el entrenamiento de Paul (más sombrío, enfurecido, puro propósito concentrado), llena la pantalla y conduce la acción. A su lado, Chani (Zendaya, magnífica y silenciosa, la encarnación de los pueblos del desierto), es la representación viva de los desterrados al extrarradio. Así que su relación con este Mesías, que podría no serlo, abre un puente entre el resto del universo y los que dominan, al menos de forma nominal, la portentosa especia, moneda de cambio en la obra de Herbert.

Gradualmente, la batalla entre ambas facciones se hará total y letal. Tan violenta como para volverse un elemento casi orgánico, entre sangre, horror y una belleza fría, que la película asume como escenario central. Mientras todo ocurre, Paul intenta comprender cuál es su lugar en toda esta historia, vengándose, pero a la vez consciente que su naturaleza como líder, bien podría ser impostada. Villeneuve juega con la idea de lo ético que tanto atormentó al personaje en el libro, para convertirlo en una madurez oscura que le arrebata sus últimas trazas de inocencia y quizás, de nobleza.

Una visión marcial de un mundo paralelo 

La guerra santa espera en el futuro. Pero ahora mismo, Paul (y su madre Jessica, interpretada por Rebecca Ferguson, con un tono espectral y psicótico) forjan las alianzas para cimentar su triunfo. Es entonces cuando Villeneuve se juega el todo por el todo, para llevar a la cinta a un terreno portentoso que deslumbra por ser una osadía en tiempos de imágenes sin arte, destinadas a sorprender sin profundizar. Pero el director va en un sentido por completo nuevo. Con los gusanos de arena emergiendo del desierto como bestias imparables, la película roza lo colosal sin renunciar a su mensaje en el trasfondo.

¿Qué es lo que logrará Paul, venciendo a sus enemigos, alcanzando el poder en una coyuntura que le obligará a actuar según una profecía, que podría ser tanto autocumplida como predestinada? La película no lo responde, tampoco es su interés. Uno de los grandes triunfos de esta épica majestuosa, es no ser sencilla, ni en planteamiento o desarrollo. Antes que eso, Villeneuve va a lo complejo, a la cuestión del triunfo justiciero, como la llama, que está a punto de encender por completo el Universo Conocido, escenario del libro y película.

A la luz de “Dune: parte dos”, una buena cantidad de épicas espaciales parecen infantiles, menores, simples, mal construidas. La cinta, que alcanza su tope máximo y vuelve impredecible para sus últimos treinta minutos, demuestra que es mucho más que una cuidadosa adaptación. A la vez, es un mundo en expansión, tan elaborado como para dejar sin aliento. A sus héroes, que pasan casi a un panteón Olímpico privado. Al público, en la butaca, tomado por sorpresa por esta obra de arte construida con mimo hasta el más mínimo detalle.

Entre ambas cosas, Villeneuve muestra su visión y da un paso al vacío. Solo que a diferencia de sus personajes, le eleva el coraje de acometer un riesgo como este y triunfar. Terminada la película — que bien podría ser la conclusión de la historia en pantalla — los cabos sueltos, sostienen el entramado. Las preguntas sin responder no importan tanto, como el prodigio de un relato semejante, en una época del cine simple. Una herencia para la posteridad.

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Aglaia Berlutti es abogada, fotógrafa y escritora, ha dedicado buena parte de su trabajo profesional en ambas disciplinas a la profundizar en la iconografía femenina, con especial énfasis en la mujer que crea y la divinidad femenina. Actualmente se desempeña como profesora de Autorretrato, fotografía en Film e historia de la fotografía en Venezuela en la Escuela Foto Arte, fotógrafa independiente y editora en la revista dedicada a la temática del horror Penumbria de México.

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