Obi-Wan Kenobi de Disney+ logra dos cosas elementales en cualquier producto derivado de Star Wars. Por un lado, completa, sostiene y nutre el canon G y más importante de la saga. Por el otro, celebra a uno de los grandes personajes de las historias entrecruzadas de la franquicia. Pero ¿eso es suficiente? La más reciente serie de la plataforma plantea por primera vez la disyuntiva acerca de la necesidad de más historias basadas en los SkyWalker y en especial, en figuras emblemáticas de la saga.
Obi-Wan Kenobi comienza con un recorrido rápido por la historia del personaje. Se trata de algo inevitable. Kenobi (primero interpretado por Alec Guinness y ahora, por Ewan McGregor), lleva ausente de la pantalla grande por más de diez años. Pero, como muchos otros personajes de Star Wars, nunca ha estado muy lejos del centro de atención. Ya sea por las series animadas o por las narraciones no oficiales. El maestro Jedi es una parte esencial de la saga y la forma en cómo le comprendemos en la actualidad.
La serie es una celebración precisamente a esa importancia motora. El papel de Obi-Wan Kenobi, primero mentor de Anakin Skywalker y después, como maestro espiritual de su hijo, le hace un puente entre dos generaciones. Y no sólo de personajes, que ya sería de considerable interés. También, de un transcurrir elemental y conceptual de Star Wars a través del tiempo cinematográfico. Kenobi, convertido en el rostro de la sabiduría en la trilogía original y en un testigo aterrorizado de los hechos escalofriantes que precedieron al Imperio, es un ojo elocuente sobre las transiciones de la franquicia a un ámbito más adulto.
En especial, cuando la madurez alcanza nuevas regiones y Star Wars debe replantearse el sentido esencial de su forma de narrar. Tanto en sus historias, como los conflictos interiores de sus personajes. Kenobi es no sólo un símbolo de poder y conocimiento. También asegura — y lo ha hecho en todas las narraciones y medios del universo expandido de la saga — una continuidad interna de considerable valor e interés. Más allá de los personajes emblemáticos de la Space Opera más querida del cine, Kenobi es un compendio de decisiones argumentales y narrativas que sostienen a Star Wars como un producto pop que abarca casi cinco décadas, miles de personajes y escenarios.
De modo que, la gran pregunta, es el motivo por el cual la serie Obi-Wan Kenobi pareciera ser tan irrelevante y en específico, un producto deslucido con respecto al resto de todas las producciones recientes de la saga. ¿Se trata de la dirección de Deborah Chow, mucho menos hábil que Jon Favreau y Dave Filoni? ¿o el hecho que la historia es demostración que un espacio de la saga fue sobre explotado hasta la extenuación? El seriado incluso juega con el recurso de una rutina aplastante y pesarosa, al mostrar a Obi Wan Kenobi, lejos de palacios y salas de consejo, es un hombre frustrado y roto. La serie que narra sus años oscuros en Tatooine, es tan plana como simple. Carente de alicientes y en particular, un ejercicio de nostalgia que está atado de forma invalidante al legado general de la saga.
De hecho, en sus dos primeros capítulos, Obi-Wan Kenobi es una incógnita. A nivel visual es correcta — aunque carece de la placidez y la elegancia visual de productos anteriores — y su argumento, tiene la sobriedad de un producto maduro. Pero también, carece de brillo, belleza y elegancia. Es en realidad, un recorrido bidimensional por un personaje que es mucho más que eso. La cámara sigue a Kenobi por una penitencia personal, un aislamiento brutal que termina por convertirse en un renegado, casi por accidente. Pero no profundiza en otra cosa. De hecho, hasta ahora, la historia no hace más que explorar — de nuevo — la mitología de la saga a niveles predecibles. La manera en que el bien y el mal se debaten en una galaxia aplastada bajo el peso del totalitarismo.
Todos los símbolos comunes del poder, el miedo y el acecho están en el argumento y también, la concepción que el Imperio es una fuerza maligna omnipotente a punto de atacar. También, la estatura de héroe de Kenobi, que vuelve a ser el protagonista de líneas de redención tardía de considerable importancia. ¿Por qué a poco un planteamiento semejante? La pregunta podría abarcar desde la pobre puesta en escena de una serie que apuesta a lo mínimo o los diálogos casi infantiles. Mucho más, cuando Ewan McGregor compone un retrato magnífico del jedi fugitivo. En contraste, todo lo que le rodea tiene un aspecto básico, muy usado y en general, poco consistente.
¿Cuál es el problema real de Obi-Wan Kenobi?
Quizás, el mayor que enfrente sea la necesidad de recurrir — otra vez — a los conflictos de la familia Skywalker, como epicentro necesario para unir a la serie con un universo mayor. Y mientras que la posibilidad de un enfrentamiento cara a cara entre Kenobi y Vader tiene el considerable peso de una reafirmación de los conflictos centrales de la franquicia, una nueva mirada a una Leia niña, tiene un punto reiterativo y sin demasiada base. Mucho más, cuando la serie es otro de los tantos experimentos de LucasFilm para reformular a un nuevo nivel sus historias base.
Si The Mandalorian mostró los estratos del borde externo de la galaxia con una elegancia asombrosa y El Libro de Boba Fett una exploración introspectiva medianamente fallida, Obi-Wan Kenobi tenía la extraña responsabilidad de seguir un camino nuevo para el centro medular de la franquicia. Pero no sólo no lo logra, sino que decae en los puntos de interés sobre la personalidad, trascendencia y peso de Kenobi como personaje.
Con dos capítulos en la plataforma de Disney+, la serie llega apresuradamente a su Midseason apenas una semana después de estrenada. ¿Se convertirá Obi Wan Kenobi en la gran decepción de Star Wars luego de cuatro años de espera por su estreno? Solo queda esperar.
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